están enfermos, pero tampoco están aún sanos, cosa que es posible ver en los que acaban de abandonar la enfermedad y precisan de recuperación y de fortalecimiento. Pero igual que esos cuidados ulteriores son parte del arte de la terapéutica, de la misma forma también la profiláctica conviene que esté bajo la terapéutica. Y es que en esa profiláctica empleamos los remedios más enérgicos, la incisión más profunda, cauterios y amputaciones, aplicaciones externas y pócimas medicinales y otros muchos remedios. Hay algunos tan insensatos que ni siquiera llaman a los recursos profilácticos remedios. No es fácil decir qué razonamiento siguen. El propio nombre ‘profiláctica’ y la forma que adopta su campo de acción indican que en sí es absolutamente un remedio. ¿Cómo es que no incluyen, en ese campo que han delimitado, también a los que están en ambientes de peste, que están a punto de enfermar por causa de las circunstancias en su torno? También podría uno afirmar que educar en consejos higiénicos no es nada distinto de la profiláctica, ya que intentamos preparar los cuerpos para que no sean presa fácil de la enfermedad y que sean sólidos por no ser susceptibles de sufrir el ataque de la enfermedad. Pero el argumento fundamental es que no es necesario que las partes del arte médica tengan que estar divididas según las constituciones corporales y que hay que seguir los argumentos que dicta la naturaleza según lo que señala en concreto cada cosa frente al resto, como demostramos en asuntos domésticos. No hay que seguir argumentando frente a ellos.
Es mejor indicar de pasada lo siguiente: que los efectos de los animales venenosos y de los venenos mortales se clasifican entre los sin causa determinable
[3] [y ayudan para esto]. Eso entraña una dificultad porque el arte de cómo hay que observar y establecer analogías, según el cual se confía en el razonamiento, se nos pone en contra. Ni una sola vez esa dificultad se materializó como auténtica. Pero siempre lo que nos aparta del camino y no sirve para establecer algo como incontrovertible
[4] es difícil de tratar, si
[5] es que finalmente resulta que no tiene causa determinable en aspectos concretos. Eso suele ocurrir en lo que concierne a los venenos mortíferos y a los animales venenosos. Sin embargo lo útil para actuar y lo que ofrece puntos de partida para el tratamiento no es incomprensible ni sin causa determinable. Y es más, alguien que partiera de ahí podría tener seguridad total para inspirar confianza y hablar con libertad sobre la comprensión de lo no evidente. Son diferentes en cuanto a su percepción por sus particularidades debido a su pequeñez, pero alcanzan a partir unas de otras una comprensión radiante.
Diocles
[6] recorrió sistemáticamente los caminos de estos razonamientos en su tratado dedicado a Plistarco y escribió lo siguiente literalmente:
“Eso lo podría reconocer en no pocos animales, en las serpientes, los escorpiones y otros semejantes, <con una observación muy minuciosa porque son cosas poco evidentes y pequeñas genuinamente, aunque lleguen a ser responsables de grandes peligros y sufrimientos. Algunos de esos animales ni siquiera son fáciles de ver por su pequeñez y fuerza muy inferior a las del resto de alimañas. ¿De qué tamaño habría que considerar, si se juzga por la picadura, al escorpión> y algunos otros semejantes de los que emponzoñan por la carne de los que algunos provocan un gran dolor, otros provocan infección, otros matan inmediatamente? ¿O el veneno que inocula con su mordedura la tarántula,