sobre todo por el color: la víbora es amarilla y un poco de color fuego; los otros géneros son arenosos en su color, o grises, o tirando a negro. No hay que descuidar las otras señales ya dichas en cada caso. Así pues, una vez que has cogido las mejores víboras en el momento que se ha indicado anteriormente, cazadas ese mismo día o un día antes, en primer lugar hay que cortarles las cabezas y las colas, hay que cortar todo lo que parezca no tener carne. Hay que mirar con atención después del corte inmediatamente si están exangües, sin movimiento y en todo como cadáveres, porque las que estén así, considera que no sirven; por el contrario, si una vez cortadas en partes, observas que queda algo de movimiento en el cuerpo restante y que es capaz de mantenerse con sangre un cierto tiempo, esas son las mejores para mezclarlas en la preparación del antídoto. Luego, después de eso, hay que despellejar toda su piel con todo cuidado y quitar el sebo porque es inútil y todas las vísceras; hay que lavar las carnes con dos o tres aguas. Y después de esto, mételas en una olla limpia y echa agua por encima, en una justa medida, y pon a cocer con un manojo de
eneldo verde, y prende por abajo leña de vid; vigila que la olla no se ponga a cocer, pues con la cocción acostumbra a echar el agua hacia arriba y a verter por encima de la olla; rocía con agua fría cada vez que esto ocurra; que sea la medida de la cocción cuando te parezca a ti que las carnes se separan de las espinas, para que no te pase desapercibida alguna de ellas entre las carnes; entonces es necesario echar sal en su justa proporción, de forma que al gusto no parezca demasiado salado, y hay que apartar del fuego. Después separa con cuidado las carnes de las espinas para que no te pase desapercibida alguna de ellas entre las carnes. Hay que tener al lado una bacinilla limpia para contener el caldo y en ella hay que meter las carnes una vez limpias pues si se dejan secar no se dejan desleír con facilidad. Así harás que las carnes estén limpias. Apretando las carnes con las manos con cuidado, pésalas y échalas en resina de cocina áspera y deshazla con fuerza un buen rato rociando encima poco a poco el caldo; cuando estén muy majadas echa encima pan muy limpio y recientemente seco y que no esté hecho de grano añejo; échalo majado y cribado, una cuarta parte en relación a las carnes; después vierte una cantidad suficiente del caldo despacio e introdúcelo en la mezcla majada con mucho cuidado; en ese momento moldea las pastillas con un grosor proporcionado. Aplica un poco de
opobálsamo con tiento, y ponlas a secar a la sombra y en la parte alta de la casa orientada a mediodía, o, en cualquier caso, <no>
[16] orientada al norte. Hay que darles la vuelta continuamente para que se sequen mejor y evitar que una de las partes se ponga demasiado seca. Untadas del mejor opobálsamo hay que guardarlas